Intento de cuento.

Carlos seguía gritando mientras le enterreban una aguja pálida en el costado de su columna vertebral. Gritaba cada vez más fuerte y lo único que vió, antes de sucumbir bajos los efectos de la anestecia, fue unas simples y lúcidad sonrisas de los que acaban de provocarle aquel horrible dolor.
Despertó a la semana siguiente.
Humo de cigarro. Sonrisas falsas. Actuaciones monótonas. Mucho negro y gris. Ambiente sofocante a la mierda hipocrecía y a la ironía. Era un lugar perfecto para que viviera un anciano, pero él no se explicaba como llegó ahi. Habia sido un día muy largo y lo único que quería era descansar. Estaba comodamente sentado en un sillón de cuero al lado de una muchacha de sonrisa destruida y de contextura delgada. Es anorexica le habian dicho algunos.

-Pablo...

Giró y observó a un caballero oculto por una barba, fumando apaciguadamente un puro caribeño. -Deben ser buenos para gastar toda tu fortuna en él- pensó. Aunque él no se llamaba Pablo, se dió cuenta que era a él a quién lo llamaban.

-Pablo...

Giró otra vez y observó a otro señor. 50 + 2 años mayor que el anterior. Apartó su vista inmediatamente cuando vió su asquerosa cara de buitre, demarcada con una suave pústula de materia putrefacta. Debía estar ya muerto hace dos semanas. La muerte, dulce escapatoria al dolor... pero convivir con estos seres... es horrible.

-Carlos...-alguien le tomó su hombro- bienvenido a la muerte.

Carlos gira y ve que era la chica... pero ya no era una chica, sino era solamente huesos en vez de carne. Y reía... reía malvadamente...y seguía riendo con más fuerza... se le salió la mandibula. Desesperadamente él se trató de levantar pero no podía, y se percató que aquella sala se transformaba sutilmente en una sala de metal, mientras que los seres que habia visto se deshacian en polvo y carne putrefacta...

De repente siente una sacudidad y se despierta... se percata que estaba siendo encerrado en los ataudes de metal dentro de una morgue.
Lo habian declarado muerto.